En la realidad

Como cada tiempo de la humanidad, nuestra realidad está cargada de luces y sombras, gracia y pecado, vida y muerte. Es en esta realidad donde se manifiesta y se ha de dejar al Espíritu de Dios conducir la vida humana.

Al hablar de “espiritualidad” se corre el riesgo de entenderla como una suerte de estado emocional que da un cierto sabor dulce, un movimiento interior, o una  sensación de satisfacción interna pero que no necesariamente tiene relación estrecha con la vida, con “el gozo y la esperanza, las tristezas y angustias de estos tiempos, sobre todo con la realidad de los pobres y de toda clase de afligidos” (GS 1) o, en otras palabras, con el mundo de hoy, con todo lo positivo que encierra, pero también con todo su dolor, sufrimiento y muerte.

Una espiritualidad “a la altura de la época” trata de integrar los desarrollos actuales de la ciencia, la técnica, las ciencias humanas, las búsquedas de sentido, la preocupación por el cuidado del planeta, la integración de las minorías, la superación de todo tipo de exclusión -entre otras en razón del género, la etnia, la condición socioeconómica, el pluralismo cultural y religioso-, en otras palabras, los nuevos caminos por los que hoy el ser humano está transitando. Y esto es importante explicitarlo porque sobran voces que apuestan por lo que se llama “conservadurismo” o “fundamentalismo”.

En efecto, hay espiritualidades evasivas que se desconectan de la realidad favoreciendo una suerte de “remanso”, de “relax espiritual”, un “no-lugar”; hay otras espiritualidades para las que la realidad “que es” se les vuelve intolerable, y no pueden sino referirse constantemente al pasado, a “todo tiempo pasado (que) fue mejor”. No se entienda con esto la negación del valor y la riqueza de muchas vivencias y experiencias pasadas. Simplemente se quiere resaltar la espiritualidad entendida como “vida”, toda ella conducida por el espíritu, asumiendo el aquí y el ahora que nos confronta.

La realidad de este tiempo es sencillamente “la que es”. No es cuestión de añorar “la que fue”, o partir de la que “se quiere sea”. Como todos los tiempos humanos, es una realidad cargada de luces y sombras, gracia y pecado, vida y muerte. Es en esta realidad donde se ha de dejar al Espíritu de Dios conducir la vida humana. Precisamente es en la “historia” de un pueblo donde Dios ha elegido revelarse, con “hechos y palabras” (DV 2); y es precisamente la novedad que Jesús trae la que se ha de proponer en este presente.

Este texto está extraído de un artículo más extenso de Olga Consuelo Vélez Caro, Teóloga y miembro de la IT, profesora de Teología en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia.

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